No, no hay día que haga más feliz al pueblo sevillano que el Domingo de Ramos.
Julio Martínez Velasco |
Tras un largo año de ilusionada espera,
las mágicas palabras “Hoy es Domingo de Ramos” nos llenan la boca de íntimo
gozo al pronunciarlas. Porque para los sevillanos cabales el año no empieza con
la frívola cuchipanda del consumo de doce unas al tiempo de las doce campanadas que señalan la
media noche. No. en Sevilla empieza a
medio día del Domingo de Resurrección tras echar el cerrojo a la ojival puerta
de Santa Marina. Y concluye a medio día del Domingo de Ramos siguiente al
abrirse, con un aparentemente improvisado ritual, la puerta de San Sebastián.
Aunque degustemos el aperitivo procesional de las vísperas. El resto del
calendario, los días que integran la
Semana Santa, no cuentan en los almanaques sevillanos porque están fuera del
cómputo terrestre, se escapan hacia esa
dimensión gloriosa, flotante en los celestes ámbitos, en la que se sumerge el
sevillano en cuanto la Campana se erija en el centro geográfico de Sevilla y
mientras procesione una cofradía por alguna calle.
En tal sueño cósmico, esa divina
alucinación que es, sólo y exclusivamente para el pueblo de Sevilla, su Semana
Santa, pues los sevillanos son los únicos privilegiados que pueden gozar de ese indescriptible nirvana que les
concede, durante siete días al año, la infinita misericordia del Gran Poder de
la segunda Persona de la Santísima Trinidad, ante la omnipotencia suplicante de
la Mediadora de todas las Gracias, la Esperanza Madre del Verbo encarnado.
¿Cabe mayor privilegio? Y esa prodigiosa ilusión vivida por los sentidos presenta
dos cimas: el Domingo de Ramos y la Madrugada del Viernes Santo, Son las
jornadas más multitudinarias, preñadas de las horas más vitales. No hay
sevillano legítimo que no vibre hasta su última fibra sensible en esos dos
días. No los hay más intensos ni más jubilosamente dramáticos –curiosa paradoja
surrealista autóctona–, más emocionantes ni más festivos en todo el año.
Pero de ambas jornadas, la del Domingo de
Ramos es más ansiosamente anhelada. Es en la que venimos soñando desde las
calores de los agostos, desde los nubarrones color panza de burro de los
“tosantos”, y por los fríos, como navajas abiertas, al tiempo de los coros de campanilleros. Es
¡Al fin! el día en que se nos descubren, diluyendo los celajes de la tibieza,
el cielo y la tierra. En la tierra trianera se nos aparece la Estrella llorosa
que nos marca el camino a seguir, como la de Belén a los pastores, Es el día en que nos
ilusionamos y nos llenamos de Gracia y Esperanza para nuestra supervivencia espiritual.
El día que vemos con los ojos del cuerpo y vislumbramos con los del alma esa
Paz presentida, con la que siempre
soñamos para que la goce la Humanidad entera.
El mejor día del año. el Domingo de
Ramos, es la jornada triunfante en la Jerusalén sevillana. Que nuestra ciudad
se torna, por obra y gracia divinas, en Jerusalén rediviva, recipiendaria de un
Rey de Reyes en su Sagrada Entrada en
Jerusalén, cabalgador sobre jumento de enhiestas orejas. Un Rey de reyes
que pronto admitirá ser Despojado de sus vestiduras como de todo lo superfluo
que le sobre al sublime misterio de la Redención por amor. Un Rey con sus oídos
llenos de “hosannas” por su Victoria sobre el pecado de Adán. Un Rey que se nos
da como alimento de vida eterna en Sagrada Cena Sacramental, Rey, a la vez, de
Humildad y Paciencia, Un Rey del Silencio, que sofoca toda palabra vana que no
debe salir de la boca del hombre. Un Rey que voluntariamente sufre las Penas
que le conducen a una Buena Muerte. Un Rey, en fin, de Amor, Amor de los
amores, abiertos sus brazos para abrazar de una vez a Sevilla entera.
Toda una teología infusa muestra el
pueblo sevillano cuando se expresa con frases como: ”Es el Amor del Salvador”
o, al unir en María, Dolores y Misericordia. Pura pastoral se desprende del
hecho de que el Amor, base y síntesis del Cristianismo, envuelva la jornada
procesional del Domingo de Ramos, desde la cruz de guía bicentenaria que
precede a los cofrades del futuro, los niños de hoy –de blanco, como versión
nazarena del traje de primera comunión–, hasta el Socorro plasmado en Virgen
Dolorosa, el socorro que, tan generosamente, María nos concede, Entre una y
otra todas las hermandades de tan jubiloso día, en sucesión fraternal: hermanos
blancos, de capa y de cola, hermanos blanquiazules, albimorados, blanquinegros y negros de cola¸ hermanos todos unidos en el amor, por el amor y para el amor, obedientes al Nuevo Mandamiento que Jesús nos
enseñó: el sublime mandamiento del Amor.
No, no hay día que haga más feliz al
pueblo sevillano que el Domingo de Ramos.