jueves, 10 de septiembre de 2015

El día más ansiado. Julio Martínez Velasco



 No, no hay día que haga más feliz al pueblo sevillano que el Domingo de Ramos.
Julio Martínez Velasco
Tras un largo año de ilusionada espera, las mágicas palabras “Hoy es Domingo de Ramos” nos llenan la boca de íntimo gozo al pronunciarlas. Porque para los sevillanos cabales el año no empieza con la frívola cuchipanda del consumo de doce unas al  tiempo de las doce campanadas que señalan la media noche. No. en  Sevilla empieza a medio día del Domingo de Resurrección tras echar el cerrojo a la ojival puerta de Santa Marina. Y concluye a medio día del Domingo de Ramos siguiente al abrirse, con un aparentemente improvisado ritual, la puerta de San Sebastián. Aunque degustemos el aperitivo procesional de las vísperas. El resto del calendario, los días que integran  la Semana Santa, no cuentan en los almanaques sevillanos porque están fuera del cómputo terrestre, se escapan  hacia esa dimensión gloriosa, flotante en los celestes ámbitos, en la que se sumerge el sevillano en cuanto la Campana se erija en el centro geográfico de Sevilla y mientras procesione una cofradía por alguna calle.

En tal sueño cósmico, esa divina alucinación que es, sólo y exclusivamente para el pueblo de Sevilla, su Semana Santa, pues los sevillanos son los únicos privilegiados que pueden gozar  de ese indescriptible nirvana que les concede, durante siete días al año, la infinita misericordia del Gran Poder de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, ante la omnipotencia suplicante de la Mediadora de todas las Gracias, la Esperanza Madre del Verbo encarnado. ¿Cabe mayor privilegio? Y esa prodigiosa ilusión vivida por los sentidos presenta dos cimas: el Domingo de Ramos y la Madrugada del Viernes Santo, Son las jornadas más multitudinarias, preñadas de las horas más vitales. No hay sevillano legítimo que no vibre hasta su última fibra sensible en esos dos días. No los hay más intensos ni más jubilosamente dramáticos –curiosa paradoja surrealista autóctona–, más emocionantes ni más festivos en todo el año. 

Pero de ambas jornadas, la del Domingo de Ramos es más ansiosamente anhelada. Es en la que venimos soñando desde las calores de los agostos, desde los nubarrones color panza de burro de los “tosantos”, y por los fríos, como navajas abiertas,  al tiempo de los coros de campanilleros. Es ¡Al fin! el día en que se nos descubren, diluyendo los celajes de la tibieza, el cielo y la tierra. En la tierra trianera se nos aparece la Estrella llorosa que nos marca el camino a seguir, como la de Belén  a los pastores, Es el día en que nos ilusionamos y nos llenamos de Gracia y Esperanza para nuestra supervivencia espiritual. El día que vemos con los ojos del cuerpo y vislumbramos con los del alma esa Paz presentida, con  la que siempre soñamos para que la goce la Humanidad entera.

El mejor día del año. el Domingo de Ramos, es la jornada triunfante en la Jerusalén sevillana. Que nuestra ciudad se torna, por obra y gracia divinas, en Jerusalén rediviva, recipiendaria de un Rey de Reyes en su Sagrada Entrada en  Jerusalén, cabalgador sobre jumento de enhiestas orejas. Un Rey de reyes que pronto admitirá ser Despojado de sus vestiduras como de todo lo superfluo que le sobre al sublime misterio de la Redención por amor. Un Rey con sus oídos llenos de “hosannas” por su Victoria sobre el pecado de Adán. Un Rey que se nos da como alimento de vida eterna en Sagrada Cena Sacramental, Rey, a la vez, de Humildad y Paciencia, Un Rey del Silencio, que sofoca toda palabra vana que no debe salir de la boca del hombre. Un Rey que voluntariamente sufre las Penas que le conducen a una Buena Muerte. Un Rey, en fin, de Amor, Amor de los amores, abiertos sus brazos para abrazar de una vez a Sevilla entera.

Toda una teología infusa muestra el pueblo sevillano cuando se expresa con frases como: ”Es el Amor del Salvador” o, al unir en María, Dolores y Misericordia. Pura pastoral se desprende del hecho de que el Amor, base y síntesis del Cristianismo, envuelva la jornada procesional del Domingo de Ramos, desde la cruz de guía bicentenaria que precede a los cofrades del futuro, los niños de hoy –de blanco, como versión nazarena del traje de primera comunión–, hasta el Socorro plasmado en Virgen Dolorosa, el socorro que, tan generosamente, María nos concede, Entre una y otra todas las hermandades de tan jubiloso día, en sucesión fraternal: hermanos blancos, de capa y de cola, hermanos blanquiazules, albimorados,  blanquinegros y  negros de cola¸ hermanos todos unidos en  el amor, por el amor y para el amor,  obedientes al Nuevo Mandamiento que Jesús nos enseñó: el sublime mandamiento del Amor.

No, no hay día que haga más feliz al pueblo sevillano que el Domingo de Ramos.