Nada más que con vestirse, y al mirarse
al espejo antes de salir, ya se siente uno distinto. Y cuando se sale a la
calle para ir a la iglesia, ya se ha producido la transformación.
Quien no lo ha vivido no lo sabe.
Vestirse y salir de nazareno, en una hermandad cualquiera de las de nuestra
Semana Santa, no es sólo una practica religiosa, ni sólo un acto de fe y de
devoción hacia cualquiera de nuestros cristos y nuestras vírgenes, ni sólo la
celebración de un ritual sagrado. Vestirse y salir de nazareno, salir de casa y
dirigirse al templo propio, ser listado civilmente, en voz alta, y encuadrado
en su sitio justo en el tramo correspondiente, formar parte de la Cofradía de
uno en la calle, integrarse anónimamente en un "desfile procesional"
(¡Qué fea expresión! "Desfile". ¿Qué tendrán que ver los nazarenos
con los militares?)…Todo ello constituye una de las vivencias más profundas y
más marcadoras de la propia existencia que pueda sentir una persona común.
Saliendo de nazareno, uno se siente, al
mismo tiempo, un ser único y una pieza más de un conjunto social selecto,
compuesto por un conjunto limitado de gentes que han elegido -voluntaria,
individual, racional y profundamente- la misma opción que aquella por la que
uno se ha decantado, en una faceta tan básica de nuestra vida de sevillanos
como es la adscripción a una hermandad, la selección de una manera específica
de ligarse con lo Eterno, la identificación de Dios o de su Madre con un rostro
y con una actitud concretas.
Nada más que con vestirse, y al mirarse
al espejo antes de salir, ya se siente uno distinto. Y cuando se sale a la
calle para ir a la iglesia, ya se ha producido la transformación. Fíjense en
los andares de los nazarenos solitarios en el camino de ida: erguidos,
enhiestos, con una mano en el antifaz y con un andar ligero y decidido,
braceando airosos si no van agarrando la capa. A la ida, todos son jóvenes, ya
sean altos o bajos, delgados o gordos, de cola o de capa, de ruan, de sarga, de
lanilla o de terciopelo. Porque todos saben que, en las horas siguientes, van a
hacer su particular conquista de la ciudad. Todos saben que en ese día y en
esas horas se va a producir su individual triunfo en el logro de la atención y
del asentimiento de las multitudes hacia aquello en lo que él cree y defiende.
Todos saben que ese día son protagonistas, aunque anónimos, de un milagro
colectivo.
Y al llegar a la iglesia, y quitarse el
capirote, y reencontrarse cara a cara con los suyos, el sentido de pertenencia
y la sensación de seguridad afloran por todos los poros de la piel. Y los ojos
se iluminan, y las miradas cómplices se entrecruzan, y los abrazos son más de
verdad, y los encuentros y las breves conversaciones mantenidas se guardan para
siempre…Todo se desarrolla con voz queda, como entre quienes guardan y
comparten seculares secretos esenciales. ¡Sabemos que somos de algo, que
pertenecemos a algo que nos identifica y nos singulariza! ¡Sabemos que tenemos
nuestro sitio allí y que ese sitio es respetado! ¡Sabemos que hasta se nos
respeta más por ser de allí!
Al abrirse las puertas y embocar la Cruz
de Guía la salida, se siente el rumor de la expectación y se perciben en el
aire la emoción de la espera y la exultación ante el encuentro inminente.
Entonces, todos, ya cubiertos, yerguen la espalda y respiran hondo, ante la
inmediatez de la inmersión en las venas de Sevilla. ¡Vamos a hacerlo bien, otro
año más! ¡Otro año más, haciendo las cosas al amor de Sevilla!
José Rodríguez de la Borbolla
Publicado en Diario de Sevilla 12-04-2014