produciéndose el caso paradójico de que mucho más
público ve dichas cofradías fuera de la carrera oficial que dentro de ella,
siendo esta la finalidad de la carrera, frustrando la ilusión de los cofrades
que disfrutan con la exhibición de sus imágenes por el espectacular ambiente de
la carrera.
La carrera oficial, (¡ay! la carrera oficial). De ella no nos gusta ni el nombre. Nos suena a licenciatura universitaria –carrera oficial– o a competición de atletismo –carrera oficial–. A todo, menos a presenciar, con el mismo recogimiento que van los nazarenos penitentes, unas bellísimas estaciones penitenciales.
Con el paso del tiempo los ocupantes de las sillas van perdiendo
la inicial seriedad y abundan las conversaciones más o menos frívolas, con los
vecinos de localidad. Los hombres salen a estirar las piernas, a fumar o a
tomarse una copa. Inevitable. Pero en los palcos de la plaza, como para ver los
pasos hay que volver el cuello en noventa grados, porque cada palco sitúa las
sillas unas frente a otras, esta situación propicia la cháchara. Y como se ven
los de los demás palcos, es frecuente el visiteo de unos a otros para saludar a
las amistades. Esto unido a que el precio de los abonos se limita a un público
“vip”, el graderío nos recuerda a una tribuna de hipódromo.
Pero el nombre es lo de menos: nuestro objeto es consultar el
reloj y a ello vamos. Quien adquiere una silla en la carrera oficial permanece
sedente mucho tiempo en ella. Demasiado. Hasta un límite difícilmente soportable. Y este problema
lo llevamos arrastrando desde hace unos cuarenta años nada menos. El
crecimiento más rápido y progresivo tuvo lugar, como hemos visto, a partir de
1940 y en la década de los setenta ya urgían las soluciones a los problemas de
horarios.
Que canten las cifras con ese grito convincente de la exactitud
del guarismo. En 1940, el Domingo de Ramos un espectador (¿No le choca a usted,
como a mí, ese término “espectador” referido a algo que nunca ha debido ser
mero espectáculo?), permanecía en la carrera oficial dos horas y media– A las
siete llegaba la cruz de guía del Porvenir, y a las nueve y media, poco más o
menos, pasaba la Virgen del Socorro. En 1975, como mínimo, permanecía cuatro
horas y media, pasando las mismas siete cofradías que en 1940. Pero es que en
2012, si no hubiera llovido, habría
permanecido seis horas y tres cuartos, sin contar los habituales retrasos
provocados por cualquier causa, incluida la desmedida exhibición de algunos
pasos.
El Lunes Santo la diferencia es mucho más notable: de tres
cofradías que hicieron estación en 1940, en 1974 se pasó a ocho. En
consecuencia, de una hora sentados en 1940, a cuatro horas y media en 1974, Y
seis horas y media de sentada ininterrumpida, en 2012.
El Martes Santo, la diferencia de horarios entre 1940 y 1975
rebasaba el cien por ciento: de dos horas, a cuatro horas y veinte. Y la única
cofradía que en aquel periodo se incluyó
en la jornada fue la de los Javieres que
no representaba más de media hora. Y en 2012, con una cofradía más, la del
Cerro, la sentada ascendió a un mínimo de seis horas y media.
En el Miércoles Santo de 1940 se veían pasar todas las cofradías
en dos horas y media, pasando a cuatro horas y media en 1975, con el mismo
número de cofradías. Hoy, con nueve hermandades procesionantes, la cifra
asciende a cinco horas y media, por lo menos, ya que el Miércoles hace años que
viene siendo un día problemático.
En los Jueves Santos de 1940 y 1975 las cofradías tardaban el
mismo tiempo en discurrir por la Campana –tres horas y media–, aunque en ese
último año ya no acudía el Sagrado Decreto, que se pasó a encabezar el Sábado
cuando, de Gloria, pasó a ser jornada luctuosa. Hoy día, las siete
tradicionales cofradías emplean sólo cuatro horas.
En la Madrugada es muy difícil calcular el tiempo que un abonado a
silla puede permanecer en la carrera oficial, porque todos los relojes se
paran. En el pasado, que al sonar las dos campanadas de la noche se abrían
simultáneamente las puertas de San Lorenzo y San Antonio Abad, y la cruz de
guía del Silencio pedía la venia en el palquillo de la Campana a las dos y diez
–diez minutos–, ahora sale a la una y cinco y ha de llegar a Campana a la una y
veinticinco –veinte minutos– el doble. ¿Por qué? Por sacar más nazarenos no
será. Hace medio siglo podría ser que al
llegar la cruz de guía a Campana asomaran por la puerta del templo los
ciriales del Señor. Ahora le pueden quedar dentro un par de tramos. La
distancia a recorrer por la cruz de guía es la misma. Entrado el Mayor Dolor y
Traspaso en Sierpes, la exactitud relojera pasa a ser privilegio de los suizos.
A quien se sienta en una silla de la Campana poco antes de la una, le bañará el
sol viendo pasar a los Gitanos.
Y la tarde del Viernes, en el plazo que estamos analizando
incrementó el tiempo, de dos horas y tres cuartos, en 1940, a cuatro horas y
cuarto, pese a que el Santo Entierro que “desfiló” en 1940 (aquí si utilizamos
el verbo desfilar, por el aparato protocolario oficial que lo acompaña), pasó
al Sábado Santo, así como la Soledad de San Lorenzo, lo cual contribuyó a
incrementar notablemente la diferencia, ya que son dos cofradías de largo
cortejo.
Expuestas las cifras, pasemos al comentario. Ya, hace cuarenta
años se obligaba al sufrido espectador de la Campana a sentarse algunos días a
las cinco de la tarde y a levantarse alrededor de las diez y media de la noche.
No digamos a qué hora se levantaba quien
se hubiera sentado en la Avenida, frente a la Catedral. Esto es, sin duda,
excesivo. Ni lo soportaban los niños, ni los ancianos, ni casi nadie. ¿Consecuencia?
Que asoma la sed. Y para eso están los bares; que acucia el estómago vacío y
para eso están las tapas; que hay que estirar las piernas y aquí llega el
desorden, hasta el punto que las últimas cofradías de cada jornada suelen
discurrir por una carrera oficial en masiva desbandada de público, si no pasan
ya con las sillas apiladas, produciéndose el caso paradójico de que mucho más
público ve dichas cofradías fuera de la carrera oficial que dentro de ella,
siendo esta la finalidad de la carrera, frustrando la ilusión de los cofrades
que disfrutan con la exhibición de sus imágenes por el espectacular ambiente de
la carrera.