jueves, 15 de octubre de 2015

La “carrera oficial”. Julio Martínez Velasco



produciéndose el caso paradójico de que mucho más público ve dichas cofradías fuera de la carrera oficial que dentro de ella, siendo esta la finalidad de la carrera, frustrando la ilusión de los cofrades que disfrutan con la exhibición de sus imágenes por el espectacular ambiente de la  carrera.

La carrera oficial, (¡ay! la carrera oficial). De ella no nos gusta ni el nombre. Nos suena a licenciatura universitaria –carrera oficial– o a competición de atletismo –carrera oficial–. A todo, menos a presenciar, con el mismo recogimiento que van los nazarenos penitentes, unas bellísimas estaciones penitenciales.
Con el paso del tiempo los ocupantes de las sillas van perdiendo la inicial seriedad y abundan las conversaciones más o menos frívolas, con los vecinos de localidad. Los hombres salen a estirar las piernas, a fumar o a tomarse una copa. Inevitable. Pero en los palcos de la plaza, como para ver los pasos hay que volver el cuello en noventa grados, porque cada palco sitúa las sillas unas frente a otras, esta situación propicia la cháchara. Y como se ven los de los demás palcos, es frecuente el visiteo de unos a otros para saludar a las amistades. Esto unido a que el precio de los abonos se limita a un público “vip”, el graderío nos recuerda a una tribuna de hipódromo.
Pero el nombre es lo de menos: nuestro objeto es consultar el reloj y a ello vamos. Quien adquiere una silla en la carrera oficial permanece sedente mucho tiempo en ella. Demasiado. Hasta un  límite difícilmente soportable. Y este problema lo llevamos arrastrando desde hace unos cuarenta años nada menos. El crecimiento más rápido y progresivo tuvo lugar, como hemos visto, a partir de 1940 y en la década de los setenta ya urgían las soluciones a los problemas de horarios.
Que canten las cifras con ese grito convincente de la exactitud del guarismo. En 1940, el Domingo de Ramos un espectador (¿No le choca a usted, como a mí, ese término “espectador” referido a algo que nunca ha debido ser mero espectáculo?), permanecía en la carrera oficial dos horas y media– A las siete llegaba la cruz de guía del Porvenir, y a las nueve y media, poco más o menos, pasaba la Virgen del Socorro. En 1975, como mínimo, permanecía cuatro horas y media, pasando las mismas siete cofradías que en 1940. Pero es que en 2012, si no  hubiera llovido, habría permanecido seis horas y tres cuartos, sin contar los habituales retrasos provocados por cualquier causa, incluida la desmedida exhibición de algunos pasos.
El Lunes Santo la diferencia es mucho más notable: de tres cofradías que hicieron estación en 1940, en 1974 se pasó a ocho. En consecuencia, de una hora sentados en 1940, a cuatro horas y media en 1974, Y seis horas y media de sentada ininterrumpida, en 2012. 
El Martes Santo, la diferencia de horarios entre 1940 y 1975 rebasaba el cien por ciento: de dos horas, a cuatro horas y veinte. Y la única cofradía que en  aquel periodo se incluyó en la jornada fue la de los Javieres  que no representaba más de media hora. Y en 2012, con una cofradía más, la del Cerro, la sentada ascendió a un mínimo de seis horas y media. 
         
En el Miércoles Santo de 1940 se veían pasar todas las cofradías en dos horas y media, pasando a cuatro horas y media en 1975, con el mismo número de cofradías. Hoy, con nueve hermandades procesionantes, la cifra asciende a cinco horas y media, por lo menos, ya que el Miércoles hace años que viene siendo un día problemático. 
En los Jueves Santos de 1940 y 1975 las cofradías tardaban el mismo tiempo en discurrir por la Campana –tres horas y media–, aunque en ese último año ya no acudía el Sagrado Decreto, que se pasó a encabezar el Sábado cuando, de Gloria, pasó a ser jornada luctuosa. Hoy día, las siete tradicionales cofradías emplean sólo cuatro horas.
En la Madrugada es muy difícil calcular el tiempo que un abonado a silla puede permanecer en la carrera oficial, porque todos los relojes se paran. En el pasado, que al sonar las dos campanadas de la noche se abrían simultáneamente las puertas de San Lorenzo y San Antonio Abad, y la cruz de guía del Silencio pedía la venia en el palquillo de la Campana a las dos y diez –diez minutos–, ahora sale a la una y cinco y ha de llegar a Campana a la una y veinticinco –veinte minutos– el doble. ¿Por qué? Por sacar más nazarenos no será. Hace medio siglo podría ser que al  llegar la cruz de guía a Campana asomaran por la puerta del templo los ciriales del Señor. Ahora le pueden quedar dentro un par de tramos. La distancia a recorrer por la cruz de guía es la misma. Entrado el Mayor Dolor y Traspaso en Sierpes, la exactitud relojera pasa a ser privilegio de los suizos. A quien se sienta en una silla de la Campana poco antes de la una, le bañará el sol viendo pasar a los Gitanos.
Y la tarde del Viernes, en el plazo que estamos analizando incrementó el tiempo, de dos horas y tres cuartos, en 1940, a cuatro horas y cuarto, pese a que el Santo Entierro que “desfiló” en 1940 (aquí si utilizamos el verbo desfilar, por el aparato protocolario oficial que lo acompaña), pasó al Sábado Santo, así como la Soledad de San Lorenzo, lo cual contribuyó a incrementar notablemente la diferencia, ya que son dos cofradías de largo cortejo.
Expuestas las cifras, pasemos al comentario. Ya, hace cuarenta años se obligaba al sufrido espectador de la Campana a sentarse algunos días a las cinco de la tarde y a levantarse alrededor de las diez y media de la noche. No digamos a qué hora se levantaba  quien se hubiera sentado en la Avenida, frente a la Catedral. Esto es, sin duda, excesivo. Ni lo soportaban los niños, ni los ancianos, ni casi nadie. ¿Consecuencia? Que asoma la sed. Y para eso están los bares; que acucia el estómago vacío y para eso están las tapas; que hay que estirar las piernas y aquí llega el desorden, hasta el punto que las últimas cofradías de cada jornada suelen discurrir por una carrera oficial en masiva desbandada de público, si no pasan ya con las sillas apiladas, produciéndose el caso paradójico de que mucho más público ve dichas cofradías fuera de la carrera oficial que dentro de ella, siendo esta la finalidad de la carrera, frustrando la ilusión de los cofrades que disfrutan con la exhibición de sus imágenes por el espectacular ambiente de la  carrera.

viernes, 2 de octubre de 2015

El reloj en hora. Julio Matínes Velasco


Todo aquel sevillano que fuera conocido en el barrio como activista de izquierdas o afiliado a sindicatos socialista, utilizara como coartada demostrar su pertenencia a una cofradía y “exhibirse” como nazareno
 
Desde 1940 hasta la fecha, el problema del cumplimiento del horario previsto en la estación penitencial de cada cofradía se ha agudizado, hasta alcanzar en el presente una gravedad que obliga a la adopción de medidas para resolverlo.
Tomemos el citado año como inicial del problema porque a partir de él se produjeron dos notables incrementos: uno, en el número de cofradías, y otro, en el número de parejas de nazarenos en la mayoría de las mismas.

Hasta esa fecha, las cofradías no solían realizar con absoluta regularidad su estación de penitencia. Salvando los años excepcionales del periodo republicano, en los que motivaciones de orden extracofradiero originaron graves anormalidades; aun en los años anteriores no era extraño que algunas hermandades  decidieran no hacer estación por falta de medios económicos.

De 1932 a 1936 en los años que salieron cofradías –uno sólo la Estrella, otro catorce cofradías– los cuerpos de nazarenos eran muy cortos por miedo a disturbios violentos como explosión de petardos y otros artefactos, o disparos, que a los hermanos vestidos con el atuendo nazareno dificultaba movimientos excepcionales; así se retraían de salir hermanos de más de cuarenta años y, sobre todo, púberes.

En 1937 y 1938, en plena guerra civil, los cuerpos de nazarenos experimentan acusada alteración, pero por opuestos  motivos: en unas cofradías, principalmente las que tenían su sede ubicada en templos del centro de la ciudad, seguían con sus breves cortejos a causa de que los jóvenes estaban movilizados en los frentes de batalla y el grueso de nazarenos era de elevada edad; pero en otras, las populares de barrios experimentaron un extraño crecimiento de la nómina de hermanos y de papeletas de sitio, debido a que habiéndose sublevado en Sevilla el general republicano, Gonzalo Queipo de Llano y sometido a la ciudad en menos de una semana, la población de los barrios más resistentes al alzamiento militar, los de población proletaria, sufrió inclemente purga, de juicios sumarísimos por la justicia militar, con diversas condenas que iban desde encarcelamiento hasta fusilamientos.

En consecuencia, todo aquel sevillano que fuera conocido en el barrio como activista de izquierdas o afiliado a sindicatos socialista, comunista o anarquista, utilizara como coartada demostrar su pertenencia a una cofradía y “exhibirse” como nazareno. Tal coartada se extendió como mancha de aceite.

Desde entonces, las cofradías comenzaron a efectuar sus estaciones con toda regularidad y un cuerpo de nazarenos cada vez más nutrido. Esto y la presencia de hermandades de nueva creación provocaron problemas de horario, que comenzaron a presentar serios conflictos a partir de la segunda mitad de la década de los cincuenta.

Esta problemática se presenta a lo largo de todo el recorrido de cada cofradía, pero incide más acusadamente en el transcurso por la carrera oficial, lo que nos obliga a esbozar un análisis comparativo de sus características.

Teóricamente, una cofradía debe tardar el mismo tiempo todos los años al efectuar igual recorrido. En la práctica está demostrado que en ello influye la longitud de la procesión, ya que a causa de la marcha reptante que lleva, los movimientos alternos de compresión y descompresión de las parejas del cuerpo de nazarenos son más numerosos cuanto más nutrido sea dicho cuerpo, y una cruz de guía debe adaptarse siempre a esa fluctuación para mantener una línea continua a lo largo de toda la procesión, evitando los nefastos cortes. De donde se deduce que una cofradía de cien parejas de nazarenos camina con más rapidez que otra de cuatrocientas parejas, dentro de las limitaciones físicas de las “chicotás” de los hermanos del costal.

No obstante lo apuntado, –que significaría que, al ser ahora el acompañamiento mucho más abundante que en años atrás, las cofradías se ven obligadas a procesionar con  más lentitud–, consideramos excesivo el incremento en  la duración de la estación de penitencia que se ha producido en la inmensa mayoría de las cofradías. Comprobémoslo con unos ejemplos. 

Partimos de 1940 porque ese fue un año que se caracterizó, como hemos comentado líneas atrás, por una gran afluencia de nazarenos, por haber terminado la guerra el año anterior.

La cofradía de la Paz hacía su estación aquel año en seis horas. En 1975 lo hizo en  diez y en 2012, en doce horas. De la catedral a su templo tardaba dos horas y cuarenta y cinco minutos, mientras que, en 1975, tardó cuatro horas y cuarenta y cinco minutos. Y en 2012, cinco horas y media.

Manejamos los datos de 2012 por el horario oficial, aunque la  mitad de las cofradías no salieran a causa de la lluvia.

Otro ejemplo: la Amargura, en 1940, salía a las siete de la tarde y se recogía a las doce y  media de la madrugada. En 1975 salía a la misma hora y entraba a la una y quince minutos. En la actualidad sale a las siete y cuarenta y cinco y entra a las dos y media.

Curioso es el caso de las  dos cofradías que residen en el Salvador. El Amor, en 1940, que procesionaba con sus tres pasos en el mismo cortejo, hacía su estación en tres horas y media. En 1975, con sólo dos pasos, pues el de la Entrada en Jerusalén ya encabezaba el Domingo de Ramos, la hizo en tres horas y cuarenta y cinco minutos. En 2012, tenía fijada su salida a las nueve y su recogida a la una y cuarenta y cinco  –cuatro horas y tres cuartos– extremo que fue ampliamente superado por el retraso acumulado en  la carrera oficial y por llevar los tres pasos juntos, a causa de la lluvia caída al principio de la tarde, que impidió salir al cortejo de blanco, con su popular paso de la “Borriquita”. En 1940 tardaba del Salvador a la Campana cuarenta minutos, mientras que, en 1975, sesenta. Inexplicable, yendo por el mismo itinerario y con sólo dos pasos. Y en 2012, una hora y cinco minutos era el tiempo fijado por el horario oficial a cumplir.

¿Cómo Pasión, también con dos pasos e igual recorrido, efectuaba su estación en media hora menos que el Amor? De su templo a la Campana ganaba quince minutos, y de la Catedral a su templo, veinticinco. En 2012, de salida a Campana ¡una hora y cinco minutos! Y de Catedral a su templo, ¡dos horas y quince minutos! ¿Por qué?

En mayor o menor medida, todas las cofradías del Domingo de Ramos  han venido aumentando, al paso de los años, la duración de su estación penitencial.

Como hemos comentado ya, en 1940 se inició la última etapa de florecimiento de nuestra Semana Santa; florecimiento que, aunque en 1975 ya presentaba problemas, ha ido a más generación tras generación. Sírvanos la experiencia del comentado primer periodo floreciente, para aplicarla a la Semana Santa de la segunda década del siglo XXI.

Si es oportuno poner el  reloj cofradiero en su punto, no vendría mal una revisión a base de buena voluntad entre la fraternidad cristiana, aunque haya que renunciar a algunos factores meramente externos que sólo producen en los cofrades sensaciones de orden más sensorial que espiritual.

Lo cierto es que en la actualidad, las cofradías se recogen demasiado tarde. Sobre todo en días laborables. Lo que ocasiona perjuicios o, al menos, severas molestias de todos conocidos. Consideremos que más sacrificio supone levantarse a las siete de la mañana para ir a trabajar, a un nazareno que se ha acostado a las tres, o más tarde, rendido de cansancio, que la fatiga de la propia estación de penitencia de seis u ocho horas.

Pensamos que, con la buena voluntad colectiva antes citada, se podría anticipar la mayoría de las entradas a los templos en una hora u hora y media. Ello congregaría más fieles en las entradas, pues está demostrado que las cofradías que entran muy tarde están menos acompañadas o casi solitarias.

Llamamos la atención del lector acerca de la expresión que hemos venido utilizando, repetida e intencionadamente, de “estación de penitencia” y no la de “desfile procesional”. El matiz diferencial está más que claro, diáfano. Una estación de penitencia debe hacerse por el camino más corto y en el tiempo prudencialmente más breve. El recorrido más largo y más multitudinario dejémoslo para la Cabalgata de Reyes Magos. Todo lo que sea estirar el tiempo de estancia de un paso en la calle, recurriendo a lentitud o a extensión de recorrido, porque tal o cual calle sea más bella, entra ya en el concepto, hoy afortunadamente superado de “desfile procesional”.

Julio Martínez Velasco